¡Lectores queridos, lectores amados! En esta entrada les traemos un mensajito súper bonito de parte de Riders Valle.
Este es un escrito de Spa, uno de los motores del grupo y quien se ha ofrecido (muy amablemente) a colaborarnos con lo que necesitemos en Lectores Bogotá. Spa es promotor de lectura y acompaña a los amigos del club juvenil de Riders en Cali. Ama escribir y esta vez nos comparte un texto que oscila entre la tranquilidad y un cierto vacío existencial que conjuga de una manera muy fluida.
-Antes de colocarlo, les comento que no lo colocamos en el Rincon del Escritor, porque nos pareció bonito que tuviera un mayor alcance y pues, que nos encanta la idea de contar con Riders, así que de paso les dejaremos algo de información abajito- El texto es un poquito largo, pero vale la pena.
Naty
Viaje a Paris
Los murciélagos revolotearon dentro del pequeño refugio en el que vivo, yo sabía de dónde venían y por qué eran tantos y por qué coincidían con la extraña niebla que a veces nos visita en el Distrito de Aguablanca y también entendía que KW se asustara y de un salto volara atravesando la cocinita que da hacia la ventana exterior y se enroscara en las cobijas hechas con pedazos de madrugada.
-No tengas miedo- le dije serenamente recordando a la abuela y a mamá – todos los años, aunque parece que este año se ha adelantado un poco y no sé si será por el cambio climático o por alguna extraña razón, el enorme árbol que está afuera y que es el único de estas calles entra en su momento de floración lo que atrae a los murciélagos, pero ellos no te harán daño, bien sabes que son ciegos ¿sabías que los murciélagos son ciegos? tienen un radar interno que les dibuja el mapa exacto del lugar donde están, el árbol ha estado ahí por muchos años tal vez unos treinta desde que mamá y la abuela lo sembraron y aunque ellas ahora están en el cielo quiero que sepas que cada año ellas mandan el mensaje de que nos acompañan. Los murciélagos vienen a nombre de mamá y de la abuela, no temas- KW tenía a la perra abrazada y la perra aprovechaba que los murciélagos hubiesen venido para estar en la cama con su ama protegiéndola de la extraña niebla porque además a Lunita le encanta estar entre las cobijas no sólo a las cuatro de la madrugada sino a cualquier hora.
- Sé que son ciegos, hice un trabajo del colegio, hace años, sobre los murciélagos pero nunca había estado en una visita, qué digo no es una visita, es una invasión y ni siquiera sé si esto es un sueño, no sé de donde salen tantos, parecen miles y no sé por qué dan vueltas sobre tu cabeza y se detienen frente a ti y creo que deberías bañarte porque se te va a hacer tarde para ir al aeropuerto a llevar al papá de tu hermana y los vuelos a Bogotá son muy congestionados y si no te mueves, muévete Spagueti, muévete porque ha empezado a llover
Ella y yo sabíamos de qué se trataba, no era el viaje del papá de mi hermana a Bogotá para solicitar una visa para ir a París de lo que realmente hablábamos sino que en los gestos y la voz musical de ambos, acompasada por la lluvia, la niebla y los murciélagos realmente sabíamos que yo estaba triste por mamá y aunque no era por esa tristeza ambos sabíamos que yo no quería bañarme porque tenía frío y de lo que se trataba aquí era de encontrar la disculpa perfecta para subir al auto así y llevar al papá de mi hermana y volver cuando la mañana aún estuviera fresca para dormir un poco más y entonces si bañarme e ir a trabajar a verme con los chicos del Club de lectura para hablar con ellos y dejar que pasara mis tristeza.
El árbol había utilizado toda la sabiduría de los árboles para demostrarnos que un solitario está en el derecho de esparcirse por toda la cuadra. Aprovechó los abundantes periodos de lluvia prodigadas por los vientos del océano pacífico y los riquísimos tiempos soleados y asentó sus fuertes raíces como las columnas de un reino y siempre estuvo listo a alimentar a todo el que quisiera, fuera murciélago, ave u hormiga. Los comerciantes habían pasado de odiarlo porque al igual que murciélagos también dejaba llover sobre la cuadra muchísimas hojas a quererlo porque aprendieron que servía de señal para que la gente ubicara los negocios y hasta habían llegado a bautizar a sus pequeños establecimientos como Calzado el Arbolito o Ferretería el Arbolito.
En la madrugada el alma de las personas entra en una particular comunión con las carreteras. El carro se deslizaba suavemente por la autopista al aeropuerto a tal velocidad que las gotas de agua dejaban estelas fugaces sobre los vidrios. Había puesto gasolina y algo de aire en las llantas antes de salir y nada podía salir mal. A mi lado iba el papá de mi hermana con sus sesenta años de vivir , era un hombre señalado para yacer tranquilamente mirando por la ventana de mi auto y hablar sobre las posibilidades de que los franceses le dieran la visa. Todo alrededor estaba sembrado de caña alimentada por el inmenso río Cauca y ambos mirábamos de vez en cuando la completes del obscuro paisaje; los samanes mucho más viejos que mi árbol y los puentecitos que atravesaban las cañadas y las casas de hacienda esperando que apareciera el sol .
Él solo quería conocer a su nieta lo que dependía estrechamente de que entregara en el debido orden las cartas de invitación y yo estaba seguro que la foto de mi sobrina en la nieve, rubiecita de ojos azules y veintiséis meses, tendría el poder de que los funcionarios franceses lo dejaran ir; ahí estaba el secreto de todo y de la caminata que daría con mi hermana y la pequeña Lisa por las pequeñas calles de Montmartre. Y aunque era una mera ilusión e incluso mamá había muerto después de intentar sin éxito que le dieran la visa había algo en la oscuridad de la madrugada y en la presencia de los murciélagos en el refugio que ordenaba las cosas a la manera de un buen augurio. Ir a Bogotá volando casi una hora sobre las tres indomables cordilleras de nuestro país y regresar al caer la tarde. No era más. Cuando llegamos aún no amanecía y yo no me había bañado y no tenía ganas de salir del carro negro. Una hilera desordenada de otros vehículos descargaban pasajeros, algunos conductores ayudaban a descargar maletas apresuradamente porque probablemente tomarían vuelos para New York y los controles en la oficina de migración serían insufribles. Los vuelos a Paris hacen escala en Madrid y luego llegan generalmente a Orly después de que uno ha contemplado los bosques que circundan la ciudad y el curso caprichoso del río Sena. Pero ahora era necesario obtener la visa y que yo regresara al refugio a dormir un hora más y bañarme para cumplir con mis compromisos.
En la noche cuando lo recogí me sentí bien y había estado cerca de morir. En la tarde los chicos estuvieron estupendos y pude remover la capa de tristeza que me tiene un poco hundido. Habíamos estado no en la mía sino en otra imponente biblioteca desde la que uno puede ver la colina de san Antonio con su iglesia en lo alto. Me gusta mirar la ciudad desde los balcones de esa biblioteca en particular y conversar con sus usuarios, Bragi el bardo que pide los libros en runas, canta dos o tres de sus canciones lee alguno que otro poema. También van Medusa a consultar libros de alquimia para recuperar su cabeza y tomar venganza y Minotauro a quien le encanta leer sobre acertijos laberintos y enigmas. Pero el día se había fragmentado atendiendo a los chicos y a Esteban, el encantador periodista de la emisora Radiónica. Grabamos fragmentos de sus libros preferidos en voz alta para una campaña de lectura que se escucharía en todo el país. Y fue suficiente conque escucharan a Esteban que acomodaba los cables de su laptop para mostrarles el logo de la emisora para que se intimidaran y se encogieran de hombros. Era muy importante cuidar a los chicos, hablar siempre con ellos y no morir antes de tiempo en un estúpido accidente en carretera.
Llovía y el misterioso sitio donde viven los murciélagos que llenan el árbol de mí refugio al otro lado de la ciudad iba a permanecer irresoluto por el resto de mi existencia. Desde muy pequeño supe que no dormían en el campanario de la iglesia así que concluí que aparecían de la nada, pero tampoco dediqué mucho tiempo a pensar en ello. Era un día magnífico. Me despedí de mis amigos lectores y regrese al aeropuerto.
Pero antes de estar cerca de la muerte tuve hambre y encontré donde calmarla y gastar un poco de tiempo porque el vuelo iba a retrasarse hasta después de las nueve de la noche. Llame a KW para saber si la perrita había tenido un buen día pero no contestó y con tres horas por delante me sobraba energía para desgarrar el tierno muslo del pollo que compré a un señor que los anunciaba por un megáfono y los almacenaba en un triciclo en una orilla de la glorieta de Sameco. Y mientras iba comiendo sentí un amor particular por aquel intrascendente espacio que súbitamente se convertía en un lugar acogedor, sin saber si era por el hecho de estar protegido en el interior de mi auto o porque cuando baje de él a buscar una vendedora de chicles había estado -precisamente- desprotegido y saltando pequeños charcos que dejó la lluvia. Era un lugar surgido ante la fuerza de la necesidad y nuestra sorprendente capacidad de improvisar la ciudad.
Cada día vienen y van entre la gran ciudad que es Cali y el pequeño municipio industrial que es Yumbo muchísimas personas que buscan el sentido de sus vidas y suben apretujados en pequeñas busetas mientras tejen recuerdos y fantasean mirando las humeantes fábricas. Cuando dejara de comer pollo y de sentirme cerca de las personas que estaban fuera de mi pequeño universo ahora representado por el auto iba a encontrarme con la muerte. Tal vez ya estaba muerto para cuando comí el pollo y vi a las muchachas esquivar barrizales en sus tacones negros y al vendedor de comida que ofrecía por tres mil pesos una digna porción de arroz, carne y papas que sabían a hogar; sé que muchos tenían un hogar a esa hora de la noche en que todos quisiéramos tenerlo. Mi perrita luna tiene un hogar, como todo aquel que mira a las personas y teniendo una cita con la muerte lo ignora que y habrá de ser extrañado cuando deje de estar en este mundo. La autopista de Cali a Yumbo es un hogar de conductores de tractomulas, de motos, de autos, de obscuras fábricas.
Pero antes de estar cerca de la muerte tuve hambre y encontré donde calmarla y gastar un poco de tiempo porque el vuelo iba a retrasarse hasta después de las nueve de la noche. Llame a KW para saber si la perrita había tenido un buen día pero no contestó y con tres horas por delante me sobraba energía para desgarrar el tierno muslo del pollo que compré a un señor que los anunciaba por un megáfono y los almacenaba en un triciclo en una orilla de la glorieta de Sameco. Y mientras iba comiendo sentí un amor particular por aquel intrascendente espacio que súbitamente se convertía en un lugar acogedor, sin saber si era por el hecho de estar protegido en el interior de mi auto o porque cuando baje de él a buscar una vendedora de chicles había estado -precisamente- desprotegido y saltando pequeños charcos que dejó la lluvia. Era un lugar surgido ante la fuerza de la necesidad y nuestra sorprendente capacidad de improvisar la ciudad.
Cada día vienen y van entre la gran ciudad que es Cali y el pequeño municipio industrial que es Yumbo muchísimas personas que buscan el sentido de sus vidas y suben apretujados en pequeñas busetas mientras tejen recuerdos y fantasean mirando las humeantes fábricas. Cuando dejara de comer pollo y de sentirme cerca de las personas que estaban fuera de mi pequeño universo ahora representado por el auto iba a encontrarme con la muerte. Tal vez ya estaba muerto para cuando comí el pollo y vi a las muchachas esquivar barrizales en sus tacones negros y al vendedor de comida que ofrecía por tres mil pesos una digna porción de arroz, carne y papas que sabían a hogar; sé que muchos tenían un hogar a esa hora de la noche en que todos quisiéramos tenerlo. Mi perrita luna tiene un hogar, como todo aquel que mira a las personas y teniendo una cita con la muerte lo ignora que y habrá de ser extrañado cuando deje de estar en este mundo. La autopista de Cali a Yumbo es un hogar de conductores de tractomulas, de motos, de autos, de obscuras fábricas.
Tuve que haber muerto. O quizás había nacido muerto o nacido para morir . Tomé la última cucharada de arroz y bajé a poner la caja de icopor en la bolsa plástica de la basura porque nadie lo notó y no lo notaron en parte porque yo les era desconocido y en parte porque nadie nota la presencia de los muertos ni siquiera si están vivos, ni escuchan sus conversaciones ni entienden que tengan prisa de encender sus autos negros y meterse en una peligrosa autopista que va al aeropuerto.
Me encanta el aeropuerto en las noches, las luces de la pista, la poderosa torre resguardada y por supuesto los aviones que escapan de la realidad cuando despegan y son capturados por ella cuando aterrizan. Había hecho una parada en Yumbo porque me di cuenta que no tenía mucho dinero y pensaba, sin razón, que si pagaba el peaje de ingreso al aeropuerto y el papá de mi hermana no regresaba porque el avión se atrasará o porque él no tomara el vuelo por alguna razón como haber quedado hechizado en un museo de Bogotá yo no habría tenido cómo pagar el peaje de salida y hubiera tenido que pedir dinero regalado parándome afuera de cada automóvil y tocando la ventanilla: lo cual es indeseable cuando llueve porque había vuelto a llover con mucha fuerza, con tanta que cuando hice el giro en la glorieta de Cencar me encontré con la muerte . La de Cencar no es la misma glorieta de Sameco porque no es acogedora y porque no da cobijo a los agobiados obreros. Pero el hecho era que había parado en Yumbo un tiempo que me pareció larguísimo antes de recordar que si uno paga el peaje de ingreso al aeropuerto no paga el de salida, no cobraba doble y eso es un acto de mínima sensatez para todos los que van a tomar la glorieta de Cencar.
El papá de mi hermana contestó el teléfono en la tercera llamada que le hice. No tenía tanto impaciencia como angustia de que hubiese llegado y salido antes de que yo llegara, quería escuchar su experiencia y cuando por fin contesto supe que regresaría tranquilo a casa y ya no importaba que estuviera muerto porque KW y la perrita me esperaban en la casa de los murciélagos.
-Llegué a las antes de las seis de la mañana, hacía realmente un frío terrible pero el blazer me ayudo mucho , todo fue normal, tomé el taxi hasta la zona de la embajada y me dejaron entrar aunque era tan temprano y también me dejaron seguir antes de la hora programada, bueno antes fui a buscar un café y todo me pareció muy caro y muy bueno, esa zona de Bogotá es muy lujosa- Y la historia me gustaba porque yo sentía lo que él sentía y tenía que ser algo ubicado entre la expectativa de un futuro maravilloso e incierto y el deseo de de ir a París a conocer a su nieta lisa que también tiene el cargo de ser mi sobrina francesita. Y tuve ganas regresar a París pero sobre todo esta vez quería llevar a mi sobrina a la biblioteca de Cergy Pontoise a leerle un cuento en español y sentarme a mirar el atardecer y tratar de entender qué sienten los jóvenes franceses que leen un cuento y sueñan con escapar de su realidad y venir a Latinoamérica .Pero esos eran mis deseos y no los del papá de mi hermana que siempre tenía los zapatos lustrosos e hizo las diligencias de la mejor manera posible para que todos los documentos que debía entregar estuvieran en orden que los franceses lo exigían.
- Fue mejor que fueras y vinieras el mismo día y aunque mi prima vive en Bogotá no queríamos que tuviera que cambiar sus compromisos de médica para atenderte, aunque claro, sabemos que lo hubiera hecho de mil amores y pensamos que ponerte el vuelo de regreso a las 8 de la noche te daría tiempo de pasear, de perderte un poco en esa fantástica ciudad-
- Sí, eso hice, cuando Salí de la embajada me fui a Fontibón y ahí era más barato pero no caminé mucho y almorcé normalito , me subí al Transmilenio y aprendí a conocer un poco, me atreví a ir al parque de las aguas, caminé toda esa parte tan hermosa, la Candelaria, la Avenida Jiménez, muy bonito la manera en que han hecho el empedrado para surcar la quebrada , me desplacé hasta el centro y estuve en la Plaza de Bolívar- Y sin duda eran sitios hermosos de los que el papá de mi hermana hablaba, alguna vez yo había recorrido pero eso ya no importaba. El conoció bien a mamá y ambos evitábamos hablar del tema y nos enfrascábamos en los detalles de una Bogotá alucinante a manera de antesala del gran viaje soñado a Europa que no nos iba a devolver nada de lo perdido y aún así era la promesa de un futuro lleno de esperanza. Siempre hay un sentimiento de fondo en cualquier cosa que lo que los vivos y los muertos dicen y yo era un muerto triste y era un vivo feliz al mismo tiempo porque tenía a los chicos del Club de lectura para conversar sobre libros; y aunque muchos en mi trabajo no los comprendieran yo sabía que estaba bien así y al pasar de regreso por la glorieta de Cencar recordé que ahí había muerto yo hacía cerca de una hora. El papá de mi hermana vio las ambulancias, las cintas amarillas del equipo de la fiscalía que recoge cadáveres; vio algunos conductores enmarcados en el gran cuadro de las encendidas luces rojas de estacionamiento, saciaban su morbosa curiosidad. Pero no vio que era yo el que estaba ahí y no podía verlo ya que el pequeño vehículo negro en el que íbamos tan tranquilos de regreso a casa era el mismo que había quedado incrustado como una pasa magullada en el enorme cabezote de la tractomula y sobre todo no pudo verme muerto porque era yo el que conducía de regreso y hablaba con él de los funcionarios de la embajada de Francia ubicada en el norte de Bogotá. Un fétido olor a aceite quemado se esparcía.
Y este fue mi encuentro con la muerte. Cuando salí de Yumbo, después de estar toda la tarde con los chicos del Club de lectura y de sentirme protejido en la glorieta de Sameco conduje tranquilamente hasta la glorieta de Cencar y dudé por un momento de si debía dirigirme directamente al aeropuerto o entrar en Yumbo atravesando la espesa manigua de fabricas para gastar un poco de tiempo en el parque central. Un poco antes de las 9 de la noche decidí ir al aeropuerto pero no estaba seguro de a qué hora llegaría el vuelo así que tome el teléfono celular y lo puse entre mis piernas para asegurarme de que escucharía su vibración en caso de que el ruido exterior del viento y de los otros autos no me dejarán escuchar la llamada del papá de mi hermana.
La salida de Yumbo es realmente caótica y no guarda relación con la riqueza que debe tener un municipio industrial. Está llena de huecos, la señalización es insuficiente y no hay marcas de carriles en la carretera pero eso no parece molestar a nadie ni siquiera a mí que esquivaba los obstáculos con serenidad. Ya me había percatado que no tenía mucho dinero y pensaba en lo que el papá de mi hermana me contaría cuando nos viéramos. Me había gustado poder llevarlo y traerlo al aeropuerto y el día había sido largo y profundo en experiencias con los chicos.
Cuando hice el giro sobre la glorieta de Cencar quise tomar el celular entre las manos y solté una mano del volante pero mirando precavidamente por el espejo retrovisor. Así di el giro y me creí haberme orientado hacia el aeropuerto. Fue ahí cuando debí haber muerto sin darme cuenta.
El teléfono no había sonado y oprimí el acelerador para aprovechar la jactanciosa rectitud de la autopista. El espejo retrovisor me mostró un automóvil que aceleraba hacia mí con las luces de estacionamiento encendidas. Enigmático. Yo lo seguí un largo trecho con la mirada y después de un kilómetro y al ver que se había puesto detrás de mí para detenerse decidí detenerme. El tipo me alcanzó suavemente por la derecha sin apagar las luces de estacionamiento y se parqueó a mi lado.
- ¿Hey usted está borracho, ha tomado trago?, deje de manejar así vaya guarde el carro en Yumbo y espérese a que le pase la borrachera- Mi sorpresa fue grande y no precisamente porque estuviera borracho sino porque el tipo afirmaba cada palabra con absoluta convicción. Moví la cara negativa pero comprensivamente. Haba algo en el tipo que infundía confianza.
- No, no he tomado ningún licor y no entiendo por qué me lo dice- el tipo movía los cambios del automóvil y me dijo antes de empezar nuevamente la marcha
- Esa tractomula que iba girando por la glorieta de Cencar no lo mató de puro milagro y vuelvo y le digo que si usted está borracho es mejor que pare el carro, que descanse- El tipo no parecía mentir, lucía sinceramente interesado en mí pero yo no encontré nada más que decirle, le di las gracias y empecé la marcha.
Nunca vi ninguna tractomula. No supe que había tenido un encuentro con la muerte.
Creí que me dirigía al aeropuerto pero me equivocaba, me dirigía nuevamente a Cali, en dirección a la glorieta de Sameco, estaba confundido y particularmente sereno no sé por qué, tal vez porque ya estaba muerto y nada importaba. Para corroborar la verosimilitud de todo el tipo me siguió en una actitud de acompañamiento hasta que llegamos a Cali y sólo cuando tome el retorno que corregiría mi desviación apagó las luces de estacionamiento y dio un amable pitido de despedida al cual respondí. Estaba vivo y estaba muerto al mismo tiempo.
El papá de mi hermana especulaba acerca de las causas del accidente y se horrorizó cuando contempló las latas miserables anidadas en el impenetrable cabezote de la tractomula.
- La vida es un soplo- dijo entremezclando la afirmación con todas las demás frases que soltaba sobre su pequeña nieta parisina, pero estaba sereno, y siguió hablando de los detalles de toda la aventura de su viaje a Europa y de cómo la señorita que lo había atendido en Cali para venderle el seguro de viaje estuvo casada con un francés y había vivido en el pequeño puerto de la Rochelle, sobre la costa del Atlántico, el puerto que aparecía en los cuadros del pintor Paul Signac y dónde uno de los Napoleones – no recordaba cual- había hecho contruir un palacete. Era precisamente la gran zona en la que estaba Fort Boayard.
- La chica me dijo que faltaba la carta de su hermana donde se hace cargo de mis gastos ¿se acuerda? La chica me dijo que todo se veía bien que no fuera a llegar tarde a la cita y que también faltaba el recibo de la cita para entrar a la embajada.
- - Si, y sé que te faltaba ese papel y ayer estuve todo el día buscándolo en los archivos del computador hasta que por fin lo encontré- hallar ese papel era una buena señal. Algunas estrellas se asomaban tímidamente en la noche de un día lluvioso y alentador, tan esperanzador como la hermosa ilusión del papá de mi hermana de ir a caminar con su nietecita por los Champs Élysées.
El resto del viaje fue acompañado de algunas tímidas estrellas que desafiaban la obscuridad de las fábricas, abrí las ventanas y el viento nos ensordeció, nos refrescó y quedamos en silencio durante el resto del viaje de regreso al Distrito de Aguablanca, olvidando el infortunado accidente de la glorieta de Cencar y olvidando que todo lo vamos perdiendo. Había muchos planes con los chicos, mucho interés de los periodistas para difundir la creación del Club de Lectura y eso terminó por ponerme foptimista y supe que me estaba erizando no tanto por el viento fresco que entraba sino porque el futuro mío y el de el papá de mi hermana y el de los chicos lectores y mi imaginación construyo como telón de fondo una escena en la que aparecían los murciélagos revoloteando sobre la torre Eiffel.
- Lo mejor de todo es que vas a principios de junio, terminando la primavera, no vas a sentir tanto frío como si te hubieras ido a principios del año cómo lo habíamos hablado con mi hermana. Serás muy feliz en París. Háblale del Distrito de Aguablanca a tu nieta y no olvides que también es mi sobrina-
- No le gusta hablar español, la mamá – mi hermana- me contó ayer que hace gestos de negación cuando le hablan en español, yo creo que es por los demás niños del jardín infantil que le hablan todo el tiempo en francés-
Vendrían más días felices con mis chicos del club lector y en esos días que también iban a ser días tristes íbamos a presenciar el surgimiento de un gran movimiento social por la lectura… y yo soñaba que iba a París con ellos y conoceríamos el hotel donde se hospedo Hemingway cuando escribió París era una fiesta. Yo quería siempre homenajear a Hemingway porque siempre fue un muerto que estuvo muy vivo en todo lo que escribió. Amaba a los chicos, amaba a mi sobrina, amaba a KW, amaba a mi perrita, amaba al papá de mi hermana y era hora de regresar a casa.
Spaguetti Morela Alfin
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